martes, 22 de noviembre de 2011

El expreso de las once.

El andén se separa en dos mundos paralelos
cuando el caballo de fuego llega bufando.
A un lado los pobres deshilachados, al otro el burgués
soñoliento.
Un poeta viaja entre universos
con la pluma en ristre.
Cierra los ojos e imagina...
El silbido lo asusta, forzosa partida.
A un lado y a otro los pasajeros duermen
El viento se estremece con la venida del expreso.












Turner: Lluvia, vapor y velocidad.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Paradoja

Odio a la modernidad, pero me acuesto con ella cada noche.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Sueño

Y hoy estoy tan sola en esta noche.
A solas con mis pensamientos,
con mi melancolía y mi nostalgia.
Y la esfera dorada del tiempo me mira con una lástima...
Cierro los ojos y veo entre dos cielos y un alma
Que no es la mía lo sé porque ni es triste ni llora
¿Quién será ese espectro? Lo persigo sobre pirámides blancas.
Hay un camino de gris luz que brillando canta romanzas
Las hojas del otoño, los árboles, los huertos de manzanas.
En mis oídos resuenan áureos senderos de silencio.
Ya no vislumbro la etérea forma de plata;
la busco inútilmente en las pirámides y los cielos:
miro en mi corazón, ¡y aun así se me escapa!

Ahora estoy tan sola en este mundo...
a solas con la negra noche, con el vacío y con la nada.
Bajo el universo hostil que me odia y me tiene apresada.
¿Por qué no he de llorar si se me fue la esperanza?
Mi sueño se desvanece en mil estrellas fosforescentes
y como pájaro herido retorno a la jaula:
olvidé el paracaídas a los pies de la cama.

Y sigo sola en la noche,
entre planetas en calma;
solos con mis pensamientos tristes,
con mi melancolía y mi nostalgia.

Noche de brujas

La hoguera está llorosa
y las nubes tan calmas.
Río de ríos negros brillan
en el hielo de la aurora.
El invierno sopla, sopla
y a la ventisca adormece.
Niebla azul tiñe de plata
a los esquivos verdeles.
En la calidez de la tumba
hay un silencio mortal;
suspiran los cementerios
bajo el graznar de los cuervos.
Los espíritus obsesos se marchan,
se evaporan en la mañana fría.
Y la hoguera, llora, llora;
está tan tibia.















Fotografía cortesía de Joaquín Alcalá Martínez.

Don Álvaro o la fuerza del sino

Una de las obras cumbre del romanticismo español (junto con el Don Juan de Zorrilla), Don Álvaro narra la historia de un hombre abocado a la desgracia desde el principio. Personaje simbólico, inocente y arrepentido por todo lo que el destino le ha forzado a hacer, es sin duda uno de los grandes pilares de nuestra literatura decimonónica.
A continuación, uno de mis fragmentos favoritos:




¡Muerte es mi destino, muerte,
porque la muerte merezco,
porque es para mí la vida
aborrecible tormento!
Mas, ¡ay de mí, sin ventura!,
¿cuál es la muerte que espero?
La de criminal, sin honra,
¡en un patíbulo! ¡Cielos!







Ángel de Saavedra, duque de Rivas, autor de la obra. 

Delirios

Hambruna de cielos
ceguera de estrépito
mácula imborrable de eternidad
círculo grisáceo de cementerio;
imbatible ciprés, recortador de espejos.
Pesadillas de almas y ojos negros.
Nada, nadie, nunca.
La muerte, el delirio, el infierno.

Hoy te noto...

Hoy te noto magnética y etérea como un espíritu de dios surcando el aire.
Te busco en las llanuras pálidas de arena pero no estás;
invoco tus dos lágrimas tristes- a veces amables-
entre la muchedumbre humana que me apresa.
Pero no estás.
Hoy me siento en este banco de piedra
a esperar la noche de estrellas de plata.
Cabizbajo y taciturno, pienso en mi tumba lejana.
Recuerdo el mar frente al pueblo blanco,
y me encuentro atollado en un océano de gente.
Me marcho y me mudo a este silencio
donde danzan flores mustias.
Y aun aquí lloro la desilusión de la compañía.
Hay mucho que hacer para volver a encontrarnos,
para estar con nosotros en la fiebre de la eternidad.
Es que no sé dónde he de buscarte, querida soledad.
Hoy te noto distante y enferma, como perdida en un laberinto...












Imagen: Noche estrellada, por Vincent van Gogh

Sordexplosión

Naderías
Sombras equipadas de lamentos aciagos
Cantos fúnebres de tumba olorosa
Éxtasis asombroso
Luzojos tristes negros
Sepelio nocturno
Luto lluvioso en las colinas manchadas.
Cielo cielo cielo
Sordexplosión.

El Albatros, por Charles Baudelaire

Hoy, último día del mes de agosto (mes tan soporífero e insoportable para algunas personas entre las que me incluyo) se celebra la muerte del genial poeta maldito Charles Baudelaire, autor de las celebérrimas Flores del Mal. Para que su memoria siga viva en nosotros, los amantes de la poesía y también porque es uno de mis autores favoritos y me veo obligada a rendirle un humilde homenaje, dejo aquí uno de sus poemas más conocidos: El Albatros, ave que él comparó al poeta, ser siempre excluido, marginal, bohemio.

Por distraerse, a veces, suelen los marineros
Dar caza a los albatros, grandes aves del mar,
Que siguen, indolentes compañeros de viaje,
Al navío surcando los amargos abismos.

Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas,
Estos reyes celestes, torpes y avergonzados,
Dejan penosamente arrastrando las alas,
Sus grandes alas blancas semejantes a remos.

Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil!
Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco!
¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa,
Aquél, mima cojeando al planeador inválido!

El Poeta es igual a este señor del nublo,
Que habita la tormenta y ríe del ballestero.
Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío,
Sus alas de gigante le impiden caminar.




Nocturno

Hoy calma la noche suspira
asesina de vientos, espantadora de hormigas
cerúlea luz de luna de almíbar
presagia la sangre tierna de espigas.
Hoy noche de negro augurio termina
soñados caminos, apartadas esquinas
El tiempo se fuga y se llena de rimas.
Fantasma de versos que llora y camina
espectro de bailes de invierno.
Hoy noche soñada, poderosa y esquiva
soledad difunta, inspiración lasciva.

Triste. Dulce

Triste. dulce.
Bendita redención del híbrido vocablo
Hoy trilcifico
Serán dos pero uno como soles hermanos.
Trisdulceando los instantes de veloz pulmonía
Necio nacido de madre imaginaria
Mental aversión de creación
Yuxtapongo palabras que no son SINO
Se hace trizas el verbo que acompaña a este vacío.
TRIste y duLCE.











Imagen: El Camino, por Wilhelm Morgner.

Crimen y Castigo

Ayer mismo finalicé la lectura de una de las obras magnas de la literatura rusa; se trata nada más y nada menos que de Crimen y Castigo. La novela de Fiodor Dostoievsky se sitúa en plena Rusia zarista, a finales del siglo XIX y nos ofrece una detallada descripción  de la vida de las clases bajas en el San Petersburgo de aquel entonces.
El ex-estudiante de derecho Rodión Románovich Raskólnikov se ve impulsado al asesinato de una vieja usurera y su hermana con el posterior arrepentimiento y sus reiterados intentos de justificar su acción (intentos que fracasan una y otra vez, pues el asesino terminará confesando y aceptando su castigo con total sumisión). Además, la aventura psicológica de Raskólnikov se verá interrumpida en diversas ocasiones por la de una familia que vive en la total indigencia (el cabeza de familia es un funcionario alcohólico, su esposa tiene que cuidar de tres niños pequeños y sufre de tisis, y la hija mayor ejerce la prostitución).
Este ambiente de padecimientos y de miseria es el telón de fondo de la obra, en la que destaca el desarrollo psicológico de los personajes (sobre todo del principal), así como sus reflexiones por encima de la acción, que es casi nula. El espacio en el que se desarrolla la novela es también muy reducido: varios bloques de apartamentos, la plaza Sennaia  el río Nevá son los marcos fundamentales donde se mueven los personajes.

    Cartel de la película Crimen y Castigo del año 1935, adaptación cinematográfica de la novela de Dostoievsky. 

La relevancia de esta novela ha sido tanta que desde su publicación ha sido adaptada a otros medios, como son el cómic (novela gráfica) y el cine. Crimen y Castigo nos muestra las consecuencias del crimen y los límites de la libertad del ser humano, así como el ambiente en el que se desenvuelve una clase social de una época y un país concretos.
                                                  Portada del manga Crimen y Castigo, de Osamu Tezuka.
 

En el invierno aquel

En el invierno aquel, tan frío... un mar de árboles me abraza susurrando nanas tristes. Los cendales de nieve juegan a las escondidas entre las piedras. Yo dejé mi soledad en un páramo blanco y corrí hasta que mi voz se tornó líquida; tras las montañas reza un espíritu: "Estías muertos, ¿lo sabíais?"
Sólo yo puedo escucharlo, pero mi garganta muda no responde. Extrañamente, mis piernas no se mueven y se cierne sobre mí un remolino de nubes de sueños. Se me han secado las lágrimas; hace tanto frío.
Un dragón de hielo sospecha: encoge sus alas y se echa a dormir en lo alto de la montaña. Los puntos de luz que revolotean aquí y allá me persiguen. El fantasma de voz profunda vuelve a hablarme.
"Estáis muertos antes de venir aquí, cuando os sentábais con vuestra soledad en los pasillos".
El eco repite sus palabras cien veces. Caigo al suelo porque mis pies ya no soportan el peso de mi cuerpo y allí voy desapareciendo consumida por el feroz invierno...

Intensidad y altura, por César Vallejo

Me veo casi obligada a dejar hoy aquí este poema del gran Vallejo porque fue éste y no otro el que tuve que comentar ayer en el examen. En él, el poeta peruano nos habla de la imposibilidad de la comunicación a través de la poesía, de la frustración y la impotencia que eso conlleva. Al final, no le queda más remedio que resignarse, pues no puede conseguir la intensidad y la altura que desea.


Quiero escribir, pero me sale espuma,
quiero decir muchísimo y me atollo;
no hay cifra hablada que no sea suma,
no hay pirámide escrita, sin cogollo.
Quiero escribir, pero me siento puma;
quiero laurearme, pero me encebollo.
No hay toz hablada, que no llegue a bruma,
no hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo.
Vámonos, pues, por eso, a comer yerba,
carne de llanto, fruta de gemido,
nuestra alma melancólica en conserva.
Vámonos! Vámonos! Estoy herido;
vámonos a beber lo ya bebido,
vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva. 

Hielo

El hielo está tan frío que quema.
Me quema los labios,
me quema los dedos.
Me abrasa la lengua.
Debería calmar el dolor, pero sólo lo incrementa.
H
 I

 ELo

Es
FuE
Go

Fue Fuego
Pero ahora es frío. Y aún conserva su corazón ardiente de llamas negras.

Y si me duermo hoy...

Y si me duermo hoy, ¿qué me dirá la luna?
¿Qué sabrá ella, gris anciana, de mi sufrimiento y mis espinas?
Sus mil años de paciencia no bastan para consolar mi llanto;
pues éste es tan agudo como cien dagas de acero.
Si cierro mis ojos, su mirada blanca...
¿Me cuidará Morfeo en esta noche aciaga?
El cielo es negro, negro y no hay estrellas doradas;
El pecho me lo atravesó una sanguinaria espada.
Y aunque no he muerto aún, mi alma está ya rota...
¿Y si me duermo hoy?
Dejaré que la luna me abrace en su regazo
y maternal me susurre una nana lejana...
No hay estrellas, ni luz: tan sólo está mi luna,
pero ella me amará en esta terrible noche oscura.

Poema de los dones, por J.L. Borges

Éste que dejo aquí es, sin lugar a dudas, uno de mis poemas favoritos del gran genio que fue Jorge Luis Borges. La tristeza y el dolor de tener algo alrededor que se desea mucho y no se puede poseer por muchos motivos es el eje de la composición, basada, claro está, en un hecho de la vida del propio Borges: su ceguera causada por una enfermedad hereditaria y la imposibilidad que esto conllevaba de absorber los queridos libros que lo rodeaban.


Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.
De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden
las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.
De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esta alta y honda biblioteca ciega.
Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.
Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.
Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.
Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.
¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?
Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.


Contra el mundo

Jamás podrás lograr que tu justicia prevalezca sobre la del resto del mundo. Ellos son mayoría y, por lo tanto, su opinión siempre será la válida sea o no cierta.
Cada pensamiento es como una estrella en una noche despejada: podrá haber miles, millones, pero ninguna se asemeja a las demás salvo en la luz que emite; una luz que puede ser bastante poderosa si se usa convenientemente.
Tú eres una de esas estrellas: un punto ínfimo en un universo enorme, pero un punto ígneo con el poder suficiente para cambiar muchas cosas.
No conseguirás jamás que tu visión de la justicia prevalezca, pero al menos puedes intentar convencer a otros de que es la verdadera.

Hoja en blanco

De un fragmento encontrado en un cuaderno.


Una hoja en blanco y un lápiz. Escribes sin saber realmente qué estás anotando. Tal vez una vivencia, tal vez sólo un sueño. Tal vez un relato ficticio surgido de tu imaginación.
Las gotas de lluvia golpean el cristal. Cloc, cloc. El segundero del reloj viaja incansablemente a través de la esfera.
Y con el lápiz en la mano vuelves a pensar. Tal vez no haya sido buena idea escribirlo.

Serás flor y hierba

Tú serás flor y serás hierba
y te otorgaré el gobierno de este verso manso:
querrás darle miel, o hacerlo abeja
o dejar que repose en un río blanco.
Traerás con él el tibio calor del verano,
rasgarás tela de oro, delirio plateado;
llorarás amargura si muriese atragantado.
Y soñarás en la tarde, si acaso, si acaso...
entre esquilmo de olivo y camino de tierra.
Allí se tumbará a la espera de la noche
que vendrá cargada de lúgubre tiniebla;
ya eres flor y eres hierba, y te he entregado
el mando de un verso que aún no ha nacido.
Eres flor y eres hierba, y eres esquilmo de olivo,
eres miel y abeja, eres verano,
eres río blanco y eres delirio.
Pero no puedes ser Dios, porque Dios no es poeta:
(el poeta sí que es dios)
tan sólo eres yo, eres flor y eres hierba.










Imagen: Campo de amapolas en Argenteuil, por Claude Monet.

Diario

Acabo de percatarme de que hace tiempo que no escribo en mi diario, básicamente porque lo tengo guardado en casa y ahora no puedo disponer de él. Pero también me he dado cuenta de que en el fondo no es más que un simple cuaderno negro y que lo que verdaderamente me importa de él es su interior; en otras palabras: mis reflexiones, mis impresiones sobre el mundo, mis sentimientos y sensaciones. Por esa razón he pensado que por hoy este blog puede servirme a modo de bitácora, pues necesito poner por escrito algo que me ronda la cabeza desde ayer.
Y es que resulta que ayer por la tarde, mientras limpiaba uno de mis ordenadores portátiles borrando parte del contenido que ya no necesito, me fijé en que aún tenía guardadas algunas carpetas con archivos y trabajos de cuando estaba en el instituto, concretamente de segundo de bachillerato. Esto puede parecer algo banal, intrascendente, pero no lo es. A lo que iba: una de esas carpetas contenía ficheros de la asignatura de filosofía y al abrirla me acometió cierta nostalgia, así que decidí leer parte de esos trabajos que yo misma redacté hace tan sólo dos años. Cuál fue mi sorpresa cuando al leerlos no pude reconocerme a mí misma en esos escritos, cuando ni yo misma fui capaz de descifrar lo que había escrito. Al principio pensé que se debía al paso del tiempo y a mi actual escaso nivel de conocimientos filosóficos comparado con el que tenía por aquel entonces, pero luego me di cuenta de que la clave no se hallaba sólo en ese hecho; no era el contenido lo que me impedía entenderme, sino la forma, el modo en que las palabras se enlazaban para crear frases, que es muy distinto al de ahora- o quizá y esencialmente sea el mismo.
No era yo la que había dado a luz esas líneas, pero también era yo. Ambas cosas. Lo más extraño de todo es que era consciente de que si yo no supiera que esos trabajos eran míos, los habría tomado por los de otra persona.
Dijo mi profesor de crítica literaria que a veces los escritores necesitan perspectiva para poder ver sus escritos con total objetividad. O al menos para leerlos como si el autor fuera uno de tantos lectores posibles.
Y debo reconocer cuánta razón albergaban sus palabras, pues sólo cuando me he distanciado de lo que he escrito he sabido reconocerlo como ajeno y no como propio. El extrañamiento que el texto me ha producido ha sido tal, que lo mismo habría sido que lo hubiera leído yo o alguien de la Patagonia.
Ahora sé por fin qué debo hacer. No habrá nunca forma de que yo pueda juzgarme como escritora, pero al menos sí que podré leerme desde la distancia, reconociendo a mi yo del pasado y encontrándome conmigo misma una y otra vez, asombrándome de lo que escribí y de lo que pude haber escrito. Como si supiera que entre mi yo presente y el que me precedió hubiera una especie de pacto secreto que sólo nosotras conocemos; un pacto establecido por medio de la palabra. Y esta, puedo asegurarlo, es la sensación más maravillosa que se puede sentir cuando uno escribe.

No quiero ser poeta

No quiero ser poeta pero soy poeta
no soy yo quien debe dictar normas a la belleza
ni me atrevo a escribir con la conciencia en vilo.
Una voz interior es la que me habla cuando duermo
-sé que no soy yo ni puedo serlo-
pero también lo soy, a veces, en mis versos.
Tampoco es una de esas musas de la Grecia arcaica
porque su timbre es tosco y no lleno de encanto.
Podría tratarse de un parásito alter ego,
de un extraño desdoblamiento del yo fugitivo,
pero no magnificado y sublime y divino,
sino tímido, charlatán y silencioso.

No quiero ser poeta y no soy poeta,
tan sólo el producto de una imaginación errada
y mi canción se queda en el fondo de mi alma
pues no es digna de estrofarse y alabarse
y mucho menos de provocar llantos altivos;
no quiero ser poeta por eso mismo.














Imagen: Retrato de un joven (supuesto autorretrato), por Michiel Sweerts.

Poética

La poesía es un arma de doble filo.
Pero todos los caminos ya se han recorrido
y poco importa lo que se diga.

Era justo y necesario

La esperanza no existe
Más allá de todo lo esperable
sólo hay un ténebre vacío idealista.
Teníamos que hacerlo, había que eliminarla.
Para que todos aquellos que esperan a un salvador
abrieran los ojos centelleantes.
También es cierto que sin esperanza no terminarán las guerras;
pero no importa porque éstas son parte de la crueldad del hombre.
No nos arrepentimos.
Había que matarla para olvidar esclavizarnos en pos de una utopía.
Seremos libres en tierras de acero y fuego, pero seremos libres.
Y más tarde o más temprano seremos también legión.
Habrá que vivir el presente porque no existirá el futuro;
el tiempo se detendrá en nuestra ilusión.
No confiaremos en nada que nos anuncie una inmediata felicidad.

Yo a veces creo en la esperanza y a veces no.
¡Ay! ¿Qué hago?















Imagen: Hombre primitivo (sentado en la sombra), por Odilon Redon.

El cúmulo de personalidades: Oliverio Girondo me comprende

Esto es, más o menos, lo que se siente cuando en una sola persona se encuentran reunidas un millar de personalidades, a veces opuestas; otras, complementarias. Es difícil ponerlas de acuerdo, pero más difícil aún es convivir con ellas. Esto es lo que nos expresa Oliverio Girondo en este poema en prosa, Espantapájaros 8.


Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.

En mi, la personalidad es una especie de forunculósis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.

Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W. C.

¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso! ¡Imposible saber cuál es la verdadera!
Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.

¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo —me pregunto— todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?

El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia... de un egoísmo... de una falta de tacto...

Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseito al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.

Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.

Comercio Literario



Pocas cosas han cambiado tanto en los últimos años (quizás si exceptuamos la ciencia y la tecnología) como la concepción del arte, que ha pasado de ser un ente espiritual a convertirse en un objeto material, y esto también se evidencia en la literatura, transformada ahora en un producto más de comercio, en algo que produce ganancias y que puede medirse en índices de ventas. Y lo lamentable y más irónico es que la mayor parte de los beneficios de la creación literaria se la lleva una corporación que para nada ha intervenido en la concepción de la obra. ¡Pero qué estoy diciendo, si ya apenas supone esfuerzo creativo el dar a luz una novela! Los escritores son trabajadores, empleados contratados para darle al vulgo lo que quiere el vulgo. Sí, podría objetárseme que eso ya lo hacía Lope, pero en ningún modo pueden equipararse los medios ni los fines; porque Lope también escribió otras cosas a parte de sus múltiples comedias. En cambio, en la actualidad tenemos una legión de autores que dan lugar a una subliteratura repetitiva y de esquemas fijos pero que es lo que quiere el pueblo. En otras palabras, literatura que vende. Esto quizá no sería tan malo si no fuese porque esos archiconocidísimos nombres eclipsan a unos cuantos que escriben por el simple placer de hacerlo y que moldean su literatura a su gusto, quedando desgraciadamente para una minoría que aún posee el criterio suficiente para poder distinguir el arte verdadero del mero encadenamiento de palabras formando un tópico machacón.
Hace falta rescatar al antiguo poeta. ¿Dónde ha quedado esa imagen del escritor apartado del mundo, marginado por la propia sociedad que lo vio crecer? ¿Dónde está la bohemia, literal o figurada? No es necesario vivir en una buhardilla alimentándose de miseria y polvo mientras se contempla de noche a las estrellas danzando en el cielo, pero sí es preciso el afán de luchar, de protestar y quejarse de un universo injusto. La literatura ya no es una herramienta de rebeldía o siquiera de apoyo al poder; apenas es descriptiva. Tal vez sea porque hemos terminado acomodándonos, apoltronados en una butaca mullida y conformándonos con lo primero que se nos ofrece, sin valorar sus puntos positivos y negativos. Eso y el desarrollo de la sociedad de consumo han contribuido a que el arte sea una lata de usar y tirar, tres rayajos en un lienzo y no algo que nos produce una sensación y que nos obliga a identificarnos con lo representado en la obra.
Hace falta regresar al malditismo, al germen sembrado por los poetas postrománticos franceses que hace tantísimo que no se ve. ¿Por qué? Pues porque el escritor no ha de estar al servicio del mundo, sino contra él. Puede apoyar a una sección de la sociedad, atenerse a un punto de vista concreto, es cierto, pero se ganará el desprecio de todos los demás. No es un héroe transfigurado en una máscara que sonríe ante las cámaras al recibir un premio frugal y comprado. Hay que regresar al ambiente rompedor de la vanguardia. A ese deseo por hacer algo nuevo y mejor, siempre mejor. Y siempre nuevo.
El arte ha de salir del corazón y debe llegar al alma. El arte no es algo que pueda comprarse porque, sencillamente, no tiene precio. Dicho esto, el arte y la literatura tal como los hemos conocido siempre están destinados a perecer. 

Cantar XLV, por Ezra Pound

Con usura no tiene el hombre casa de buena piedra
Con bien cortados bloques y dispuestos
de modo que el diseño lo cobije,
con usura no hay paraíso pintado para el hombre en los muros de su iglesia
harpes et lutz (arpas y laúdes)
o lugar donde la virgen reciba el mensaje
y su halo se proyecte por la grieta,
con usura
no se ve el hombre Gonzaga,
ni a su gente ni a sus concubinas
no se pinta un cuadro para que perdure ni para tenerlo en casa
sino para venderlo y pronto
con usura,
pecado contra la naturaleza,
es tu pan para siempre harapiento,
seco como papel, sin trigo de montaña,
sin la fuerte harina.
Con usura se hincha la línea
con usura nada está en su sitio (no hay límites precisos)
y nadie encuentra un lugar para su casa.
El picapedrero es apartado de la piedra
el tejedor es apartado del telar
con usura
no llega lana al mercado
no vale nada la oveja con usura.
Usura es un parásito
mella la aguja en manos de la doncella
y paraliza el talento del que hila. Pietro Lombardo
no vino por usura
Duccio no vino por usura
ni Pier della Francesca; no por usura Zuan Bellini
ni se pintó "La Calunnia”
No vino por usura Angélico; no vino Ambrogio Praedis,
no hubo iglesia de piedra con la firma: Adamo me fecit.
No por usura St. Trophime
no por usura St. Hilaire.
Usura oxida el cincel
Oxida la obra y al artesano
Corroe el hilo en el telar
Nadie hubiese aprendido a poner oro en su diseño;
Y el azur tiene una llaga con usura;
se queda sin bordar la tela.
No encuentra el esmeralda un Memling
Usura mata al niño en el útero
No deja que el joven corteje
Ha llevado la sequedad hasta la cama, y yace
entre la joven novia y su marido
Contra naturam
Ellos trajeron putas a Eleusis
Sientan cadáveres a su banquete
por mandato de usura. 


Autodestrucción

Voy a destruir el lenguaje:
lalalalí
abecé
gfstock
gnsdñott
ssttaad
Y así es como me destruyo a mí misma.

Memoria

Todos los abriles me acuerdo de algún muerto
y por alguna razón que desconozco, se me cae el alma.
¡Pero qué sería sin ellos de mis tristes eternas lluvias!
Se empañarían los cristales con el vapor de la memoria.
Ya no sé qué es esta melancolía de tumba que flota en las nubes;
podría apaciguarla con unos versos negros
o dejarla crecer y trenzar sus cabellos rotos.
Es que mis pensamientos están cavando otra vez zanjas profundas.
¡Qué aburrido y qué tímido es el mundo!
¡Y cómo perduran en él los cadáveres de antaño!
Cuánto nos cuesta olvidarnos de las entrañas podridas,
de los deseos amargos y el sol de la primavera.
Por eso, yo recuerdo a los retoños de la tierra,
a sus hijos pródigos de voz de hierro.
¿Quién si no iba a acordarse de los muertos?















(Fotografía de Man Ray)

Y la muerte no tendrá dominio, por Dylan Thomas

Y la muerte no tendrá dominio.
Muerto es desnudo, todos serán uno
Con el hombre en el viento y la luna occidental;
Cuando sus huesos estén limpios
Y limpios sus huesos se hayan ido,
Tendrán estrellas en los codos y pies;
Aunque vayan locos serán cuerdos,
Aunque se hundan en el mar se elevarán,
Aunque se pierdan los amantes el amor no,
Y la muerte no tendrá dominio.

Y la muerte no tendrá dominio.
Bajo las vanas corrientes del océano
Ellos yacen a lo largo sin morir en vano,
Torciéndose cuando los nervios acechan,
Atados a una rueda, ellos no se quebrarán;
La fe en sus manos nunca se romperá,
Y el unicornio correrá entre los males;
Separando todo jamás se desarmarán;
Y la muerte no tendrá dominio.

Y la muerte no tendrá dominio.
Las gaviotas ya nunca clamarán en sus oídos,
Ni las olas romperán sonoras sobre la costa;
Cuando brote un capullo la flor no alzará
La cabeza a los golpes de la tormenta;
Aunque sean dementes y muertos como clavos,
Líderes de los martillados entre margaritas;
Descansando al sol hasta que el sol descanse,
Y la muerte no tendrá dominio.


Reloj

El tiempo no existe.
Sólo un absurdo invento para controlarlo
adecuadaMENTE.












Imagen: La persistencia de la memoria (detalle), por Salvador Dalí.

Romance

Señorito estrafalario,
vestido de traje nuevo,
que ya la luna ha salido
¿dónde vais sin el sombrero?
Bajo la luz del martirio
caen llantos y requiebros
y vuestro amable lacayo
os llena el vaso de cieno.
Que la noche ya está blanca
y tienen los búhos sueño,
y tras el castillo negro
sale un pegaso de fuego,
engalanado de seda
de su ardiente sonajero.
"Mirad si viene enemigo
a lo largo del sendero,
que no descubra por Dios
este milagro tan cierto".
Un mensajero se marcha
veloz por camino ciego
pero detiene su paso
una escalinata al cielo.
"Hipérbole, construcción,
déjame que prisa llevo!"
Y al otro lado del muro
está inquieto el caballero.
Mientras el caballo alado
mira compasivo el suelo
y escribe con las pezuñas
un romance prisionero.
"¿Qué quieres, ser tenebroso?
Ya no me quedan más ruegos,
he llorado tinta y sangre
para volverte tu anhelo".
Encabritóse el animal,
tornándose en león fiero,
habla con áspera voz:
"tú no tienes lo que quiero".
Desesperado el galán,
se ata una soga al cuello...
despierta en la húmeda cama
sin saber si fue un sueño.











Imagen: El caballero, la muerte y el diablo, por Alberto Durero.

Musicalia

Una cascada de corcheas se desliza;
hay un corazón perdido por el llanto
Y no sé si por los pájaros esta melodía va soñando
o es la inspiración que se me escapa a veces
    y vuela    con alas    de cristal.
O es un verso amargo vestido de blanco luto
o es la pintura gris de un día de nubes.
¿Y será cielo, suelo, anhelo?

Una cascada de violín que se desliza
por un tenue camino hacia el vacío.
¿Adónde vas, prisionero?
Pentagrama curvilíneo de ciegas emociones
¿o es una vereda de verde frescura hierba?
¿O es el pañuelo púrpura de una muchacha?
O quizás es miedo, cielo y beso.
O mi vida que se escapa en un silbido.

El demente



Traspasó el umbral de la puerta con cautela, temiendo destrozar la frágil armonía cuántica que imperaba en la habitación. Observó cada detalle, deleitándose en ellos casi con un ansia erótica; la forma en que la silla se acercaba a la mesa, sus patas rectas que se clavaban en el suelo y se reflejaban en él creando una serie infinita de sillas multiplicadas, la escalera que se enroscaba hasta el techo y no llegaba a ninguna parte porque no dejaba de girar en espirales concéntricas, la cama que hibernaba como un monstruo gigantesco e inmóvil, el tenue rayo solar que se filtraba a través de la ventana ovalada, como un espejo, y se descomponía en cientos, miles, millones de colores muchos de ellos aún desconocidos por el ser humano. Todo eso suponía para él un gran placer espiritual incomparable. Saboreó su libertad recién adquirida y se sintió flotar en una nebulosa de seda y  algodón. Jamás, se dijo, volverían a encerrarlo voluntariamente en la estrechez de ese maldito cubículo tridimensional. Esas paredes blancas, mullidas, silenciosas, lo desconcertaban sobremanera. Su mirada en esos momentos se volvía de acero y gruñía preso de una enfermedad extraña que sólo surgía en él cuando lo maniataban de ese modo. A veces el doctor Reihmann iba a visitarlo y le hacía preguntas absurdas sobre su estado de ánimo que él se negaba a contestar. Luego evaluaba sus ojos y negaba con la cabeza, tras lo cual volvía a abandonarlo a su suerte. Pero ahora por fin había escapado de esa lenta tortura y era libre para contemplar con  todos sus sentidos (que eran algunos más que los que todas las personas tienen) la eficacia y precisión con que estaba construido el universo pues, como se detallará a continuación, él veía el mundo de modo muy distinto a como todos lo hacemos.
Era plenamente consciente de que él era uno de los pocos que sabían apreciar las sutilezas  de las líneas rectas, el modo en que se expandían en el espacio hasta encontrarse en un punto que sólo él podía ver- siempre ha sido mentira eso que nos han contado sobre que dos líneas paralelas no podrían jamás cruzarse, y él lo sabía. Y admiraba la conformación agusanada de una línea curva, o de varias, que se movían en su mente como serpientes. Para él el mundo era totalmente matemático, pero también geométricamente imposible. Y también era consciente de que su modo de apreciar el universo era el verdadero, el único. Que todos los demás estamos  engañados y que por eso nuestra arquitectura es las más de las veces tan aburrida y monótona, pues no sabemos sacar partido de las formas . Presentó una propuesta y todos lo tomaron por loco o por un visionario, y los que lo consideraron esto último decidieron silenciar su concepción abstractísima e imaginaria porque no querían que saliera a la luz tamaña obra que cambiaría todo lo que conocemos. Desesperado, acudió a las ciencias alternativas donde tampoco encontró el apoyo necesario. Entró en un círculo de enervante ensimismamiento del que no era capaz de salir; tan sólo una larga contemplación de los objetos en su estado natural podía devolverle la salud. Entonces vino a verlo por primera vez el doctor Reihmann, con quien mantuvo una larga y distanciada charla (no era necesario darle demasiados detalles a un hombre en quien no sabía si podía o no confiar) tras la cual le sugirió amablemente que lo acompañara porque le enseñaría un nuevo lugar en que desarrollar sus investigaciones. Esperanzado, lo siguió y se encontró la trampa mortal en que lo mantuvieron preso durante tres eternos años.
Allí, entre esas cuatro paredes acolchadas, se encontraba su pesadilla: nada más y nada menos que un mundo cuadrado, predeterminado, vacío. Era como si lo hubiesen condenado a vivir perpetuamente en la nada. No podía observar la delicadeza de las formas, la simpleza de las ecuaciones que sugerían los ángulos de las puertas abiertas, los barrotes entrelazados de las barandas de los balcones porque, sencillamente, en esa monstruosa habitación no había nada. Sufrió en silencio aquel odioso entorno que le había sido otorgado hasta que se percató de que su mente comenzaba a anquilosarse. Se estaban deteniendo lentamente los impulsos eléctricos de sus neuronas por la falta de ejercicio cerebral, así que trató de volver a activar el movimiento tratando de imaginar el mundo rico y variado que había dejado atrás. Pasaba así horas y horas con los ojos cerrados, susurrando entre dientes fórmulas de circunferencias, ecuaciones, lo que fuera. En esos momentos de abstracción notaba cómo a veces alguien entraba en la estancia y lo observaba desde la puerta y luego intercambiaba unas palabras con otro, después de lo cual ambos se marchaban. No le importaba qué decían sobre él ni le importunaba siquiera su presencia; en esos deliciosos instantes, volvía a recordar el mundo tal como siempre lo había conocido y olvidaba la áspera situación en que se hallaba. Mas no duraban sus sueños y tarde o temprano siempre tenía que despertar para encontrarse con una realidad cada vez más hiriente. Con el paso del tiempo, su imaginación también comenzó a olvidar la delicadeza de las formas primeras que constituían su gran pasatiempo en medio de tanta soledad hasta que se degradaron del todo y sólo eran recuerdos lejanos apenas perceptibles que cada vez le costaba más vislumbrar en su interior.
Recordar esos arduos momentos hizo que sintiese náuseas. Trató de concentrarse nuevamente en su tarea de redescubrir el universo que ya casi había arrinconado en el olvido por completo. Las líneas le parecían cada vez más sinuosas y seductoras, mucho más de lo que lo eran antes de su reclusión. Poco a poco se atrevió a internarse en aquella estancia mágica y se asomó a la gran ventana oval. Justo frente a donde él se encontraba veía una casa que dependiendo del ángulo desde donde se mirase podía ser a la vez rectangular y romboidal. Admiró el  pórtico con balaustrada curvilínea que ascendía hasta el tejado del edificio mismo y se perdía en la inmensidad del cielo. Unas escaleras guardadas por columnas daban acceso a la casa, pero eran ascendentes a la vez que descendentes, por lo que era imposible entrar en ella. Pensó que allí debían guardarse secretos inimaginables, misterios increíbles y sintió deseo de explorar aquel lugar; cierto era que no podría entrar por la puerta principal por la razón ya mencionada, pero encontraría otra ruta de acceso a través de las ventanas, que estaban a ras del suelo al mismo tiempo que en lo más alto del edificio. Absorto como estaba en sus pensamientos, apenas se percató cuando dos sombras se deslizaron sigilosamente tras él hasta que una de ellas agarró sus manos con tesón y le colocó una camisa de fuerza impidiéndole forcejear. El doctor Reihmann, el otro hombre que se hallaba con el que lo sujetaba, dijo:
-Es usted un loco, pero un loco peligroso, pues posee la verdad en su conjunto. 

Epitafio

(procedente de www.trilcetrece.blogspot.com) Hoy se cumplen 73 años de la muerte del gran poeta peruano César Vallejo. Por eso, qué menos que dedicarle al menos unas humildes palabras al creador de Trilce; pero como yo, lo confieso, no soy ni seré jamás la adecuada para tamaña tarea, dejaré que sea el propio escritor quien se alabe a través de este poema, Piedra negra sobre una piedra blanca en el que predijo no muy acertadamente su muerte en París.
Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
 tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
 Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
 estos versos, los húmeros me he puesto
 a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
 con todo mi camino, a verme solo.
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
 le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos
 los días jueves y los huesos húmeros,
 la soledad, la lluvia, los caminos...