jueves, 15 de octubre de 2015

Horizontes de hormigón

(De Libertad Condicional XLIV)


Hay una barrera de fuego en el cielo.
El asfalto quema del puro rodar de los coches
y mi alma embriagada sueña con la noche.

Me hago viejo para andar por la ciudad.
Ya no me produce la misma nostalgia la canción de las farolas
ni me enternece el lento caminar de los semáforos;
y las luces. Ahora me molestan.
Antes las amaba. Eran mi único consuelo en las madrugadas grises
de invierno.

Por Dios. Miro al cielo y lo único que veo
son fachadas que se elevan hasta el infinito.
Ojalá fueran árboles, me digo, melancólico. Ojalá.
Ojalá poder oír el canto de los ruiseñores en vez de la sirena de la ambulancia.
No existe el locus amoenus, todo lo que le queda al hombre moderno
son estos horizontes de hormigón a los que llamamos ciudades.
Estamos vacíos, y por eso buscamos refugio en otras cosas:
aficiones, la bebida o las drogas, qué más da.
Si todo es lo mismo.
Si al final todos vamos a morir pudriéndonos solos en casa o en una de esas residencias
donde acaban los viejos olvidados.

Toda nuestra vida perdida estudiando, trabajando, envejeciendo
para contribuir al crecimiento de los horizontes de hormigón.
¿Y qué nos dan a cambio? Humo, cáncer, asma.
Enfermedad. Estrés. Depresión.

Ser artista no sirve para nada, la ciudad mata la creatividad.
El arte ha muerto consumido por la codicia.

Tengo que trabajar, ganar dinero y trabajar más para ganar más dinero.
Tengo una familia que alimentar, una hipoteca que pagar, el seguro del coche.
Tengo mil facturas pendientes, y la luz, y el agua, y el gas.

...
...
...

Me hago viejo para caminar por la ciudad;
quizás es que ya no soy un hombre.
O que le he dado al horizonte de hormigón todo lo que necesitaba.
Y, si es así, creo que este será el último atardecer rojizo
que mis ojos contemplarán por encima de las oficinas.

Es muy triste morir sin haber visto las estrellas,
pero es que en el cielo nocturno de la ciudad pululan los neones.

Qué se le va a hacer si yo
aquí ya no pinto nada.
Miro hacia la carretera, a quinientos metros bajo mis pies,
y doy un paso hacia delante.
...