martes, 31 de enero de 2012

Enero se fue sin ser notado

Enero se fue sin ser notado. Un día abrí la ventana y desplegó las alas fúnebres  en pos de una libertad idílica. Ese día- el día de su marcha, que en realidad no recuerdo si fue un día o fue una tarde o fue una noche brumosa- el cielo albo se alzaba sobre los tejados y recordaba como una letanía amarga que todas las nubes se echarían a llorar tarde o temprano. Por ese motivo esencial, que en realidad pudo ser una obsesión matinal, decidió fugarse en el esquivo cenit solar; tomó una bocanada de aire amarillo teñido de frío y se escapó de las garras del viento. Ese día se hizo noche porque el cielo se había marchado. Ahora lo recuerdo claramente: era un día gris, un día lunar de melancolía abrigada. Tomé mi chaqueta y perseguí al cielo en su huida; teníamos cuentas pendientes, lo recuerdo también. Teníamos que decirnos el uno al otro los cuentos que le habíamos oído a Morfeo en nuestras noches de vigilia. Éramos compañeros, yo a veces lo miraba a él mientras se relajaba en su cuna de marfil y él me observaba cambiarme en mi peinador de plata. Éramos amigos, éramos hijos del mismo universo que nos vio nacer. Nos arropó la misma estrella cuando lloramos por primera vez y sentimos como uno solo el corazón de Júpiter, allí en la distancia. O de Neptuno. Eso no lo recuerdo.
Enero se fue sin ser notado, y mi cielo se marchó con él. No sé por qué, tal vez tuvo una idea maravillosa y decidió ponerla en práctica en otro planeta distante. Desde entonces, contemplo cada noche los cumulonimbos brillantes surcando la Vía Láctea en pos de una libertad idílica. Creo que se van también con el cielo, y con enero, y con todos los meses y los años que hemos dejado atrás. Ahora pienso en el pasado, en las estrellas y en mi infancia soñada en mitad de una galaxia de silencio. Enero se fue, y me di cuenta de que no regresaría porque fue sólo producto de mi ingenio.

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