He soñado mares, planetas y universos. He soñado y materializado
un alma felina que se me quedó mirando con ojos amarillos. He mirado al cielo y
construido lo imposible a partir de un caótico amasijo de letras feroces. He
sido capaz de grandes proezas y aun así no he podido resistir a la languidez de
unas palabras garabateadas de improviso en el blanco de un corazón abatido.
Se me rizaba el pecho cada vez que venía a mí el recuerdo fugaz de
la sombra de esos vocablos sinceros. Se me encogía el aliento y en mi mente yo
era doña Inés enclaustrada por las engañifas de un amor correspondido.
Puedes no ser un dios ni un heroico juglar del Medievo narrando
mis apátridas odiseas, pero aun así tu sintaxis dulce es como una lluvia de
meteoros destructores (la destrucción implica belleza porque también implica
que algo vuelve a nacer de nuevo).
Este es el último cuarteto legible que empleo en hacerte saber mi
nombre y mi camino. A partir de ahora tendrás que averiguar en mi sangre el
poder que poseo para que las palabras bailen ante tus ojos.
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